En el mes de mayo de 1701, la Hermandad realiza una procesión encabezada por el simpecado y participando en la misma los frailes dominicos del convento de Santa María de Monte-Sión con el fin de ganar el Jubileo de este año Santo de 1701.
En el año 1706, se pone en la portada de la capilla una lápida recordando la incorporación a la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, que fue el 14 de Julio de 1697.
El 6 de Enero de 1716 es revalidada y confirmada la anterior concordia con los frailes de 3 de junio de 1577, otra de transacción entre la hermandad y el colegio de Santa María de Monte-Sión ante el escribano público D. Luis Martínez Briseño.
El 6 de marzo de 1718, en cabildo se propuso si hacer este año la Estación de Penitencia el Jueves Santo a la Santa Iglesia Catedral o sí se suspendería con el fin de hacer un retablo nuevo para nuestro Señor Orando en el Huerto, en la Capilla, por estar viejo e indecente el que tiene. Una vez debatido se determinó someterlo a votación, acordándose por una gran mayoría, no hacer este año la Estación de Penitencia y ejecutar el nuevo retablo sin más dilación.
En Cabildo extraordinario celebrado el 3 de marzo de 1722, nuestra Corporación solicita a la Hermandad del Santo Entierro, que estaba fuera de la ciudad, la cantidad de veintidós arrobas de cera para realizar la Estación de Penitencia.
El 18 de marzo de 1724, en la Iglesia San Juan de la Palma se estrenó la capilla mayor y retablo, y se determinó que se hiciese una procesión por las calles para colocar al Santísimo en dicho retablo. Para que llevase el lucimiento que dicha Hermandad Sacramental deseaba, pedía y suplicaba a esta nuestra hermandad que le honrasen con su asistencia, que asistirían con su Simpecado y cera y con el mayor lucimiento que se podía, como el tiempo lo acreditaría.
En Abril de 1726 nuestra Hermandad sale en procesión encabezada por su Simpecado para ganar el Jubileo del Año Santo de 1726.
El 16 de Septiembre de 1730 la Hermandad estaba debiendo a Don José García veinte y seis pesos, resto del terciopelo que se le tomó para el manto que se le ha hecho a Nuestra Señora, y que por cuanto la hermandad estaba con éste endeudada. Siendo a consentimiento de toda la hermandad, se podía vender unas arañas de plata que se poseía y no necesita de ellas para nada, y con su valor pagar a Don José García. A lo cual respondió el cabildo y dijo que no se deshiciera tal alhaja para el efecto referido, y que entre los hermanos se pedirían “diferentes demandas y con ellas se pagaría dicho débito. Y así lo ofrecieron”. En cambio se determinó que al no haber nadie que pagara la hechura del cuchillo que saca San Pedro, y que la cofradía no tenía tal pieza de orfebrería, se acordó que el cuchillo se hiciera con la plata de las arañas.
En 1746 se revalidó la concordia de 1577 con los frailes del convento, encargándose la Hermandad a lo largo del siglo de organizar la procesión con la imagen de gloria de Nuestra Señora del Rosario del Convento Dominico, efectuando el cortejo su estación a los conventos de Santa María de Gracia y de la Concepción.
El 13 de Enero de 1792 el Real Consejo de Castilla aprueba con esta fecha las nuevas Reglas aprobadas por Carlos IV, en las que se le concede el titulo de Real.
El 9 de abril de 1796 la comunidad dominica y la hermandad firmaron un convenio, en que se exponía que “en la iglesia del citado Colegio se venera la Santísima Imagen de Nuestra Señora del Rosario quien tenía para su adorno como suyo propio una media luna de plata, como igualmente una corona del mismo y del propio modo servían en dicho altar cuatro candeleros de plata, ignorándose por ambas partes a cuál de las dos pertenecían” cuestión que había provocado algunos problemas en otras ocasiones. A fin de evitar estas incidencias se estipularon la siguientes cláusulas: primero, la media luna quedaría en propiedad del Colegio Dominico, segundo, la corona sería para la Hermandad, y tercero, los cuatro candeleros viejos de altar se fundirían y se harían nuevos a costa de las dos partes, sirviendo para el uso de ambas en cualquiera de sus actos de culto, aunque sin poder ninguna alegar la propiedad sobre ellos. Si posteriormente apareciese cualquier documento que acreditase la pertenencia sobre alguna de estas alhajas quedarían anulado y sin ningún valor ni efecto jurídico.
Aceptadas como decimos estas condiciones, el platero Miguel Palomino se encargó de la fundición de los citados candeleros viejos y la ejecución de los nuevos, que pesaron en total 263 onzas y 14 adarmes de plata, importando un total de 6.783 reales, de los que sólo quedaban por abonarle 362 reales, tal como el artista certificó por recibo dado en Sevilla el 4 de mayo de 1794, sin que podamos precisar el paradero de estas piezas, seguramente perdidas en las turbulencias del siglo XIX.